Con paso firme y arrollador, la pintora consagrada ha impartido una clase magistral en el Diploma en Cultura y Civilización Contemporáneas de USJSénior, dejando una particular huella azotada por su espíritu crítico, su peculiar sentido del humor y su búsqueda constante de la belleza como descanso para el alma.

En palabras de la artista, la belleza con mayúsculas, la que contribuye a la armonía -término puesto en práctica por los hombres desde la Antigüedad-, distingue entre la belleza verdadera y aquella a la que se aspira desde la muestra de lo feo o del desastre. El arte actual es buena muestra de ello. La falta de formación sólida y clásica y de autenticidad y la necesidad de demostrar que es arte lo que nos genera desasosiego e incertidumbre piden a gritos un verdadero renacimiento de las artes.

La sociedad actual, que potencia la tecnología frente a las humanidades, está -como ella misma lo define- en caída libre. Y es que cuando las humanidades desaparecen de la cultura de un pueblo se pierde, según la artista, el espíritu del porqué y del para qué. Nos volvemos tecnócratas… Y cuando la obra de arte no llega al corazón del espectador se aleja de la verdad y de la esencia del creador. El arte, en boca de la pintora, tiene la obligación de aportar una vida en el espíritu, y el artista de plasmar la belleza del origen, la belleza plena.

Su primera caja de óleos llegó a sus doce años, y con ella sus pinturas de la sierra madrileña y de la catedral castrense. Los balcones de la casa roja de la calle Bailén, 14 -a pocos pasos del estudio de Velázquez- permitieron a la artista demostrar su precoz audacia e, incluso, autofinanciarse tras su primera exposición. Después llegaron los niños de la playa, ejercicio sin igual de la figura al natural, las tablitas de vendimia -hechas cada una en una mañana- y la utilización casi única de la espátula como herramienta de trabajo. Sus salidas a pueblos cercanos, tras su entrada en el monasterio a los 23, y el protagonismo insólito de su nuevo hogar la llevaron incluso a retratar la mendicidad en Roma y a tomar conciencia de su misión: crear obra con mensaje de paz para alimentar el espíritu, a la vez que el suyo encontraba sustento en el trabajo en comunidad y en la cultura del esfuerzo y de lo bien hecho.

Para la pintora de la luz, entre el choque de miradas se produce el hecho artístico, más allá de cualquier movimiento o «ismo» caduco. El descubrimiento de la luz, de los claroscuros, en definitiva, de la atmósfera del aire que envuelve la escena la llevó a estudiar a Velázquez y a Rembrandt. Y a seguir estudiándolos siempre.

Isabel ha venido con un boceto bajo el brazo: El Milagro de Calanda. Pero no es un boceto al uso, es una obra en sí misma, que habla, vibra, irradia luz y esperanza. La artista se recrea en una explicación cercana, que embelesa a los sénior. Una fotografía de grupo cierra la sesión, sencillamente memorable.

Isabel vuelve a su hogar, con su boceto bajo el brazo. Su sombra se pierde en la noche. Una luz tempera aquí o allá la escena de partida.

Gracias, Isabel, por tu sencillez, tu infinita pasión y tu grata compañía.

Lourdes Diego

Dirección Diploma USJSénior